El Silmarillion, Fingolfin y los Hombres Contra el Tiempo

El Silmarillion y los ciclos del tiempo

Hay cosas que cuando entran en nuestras vidas ya nunca podremos olvidarlas. Hechos que una vez entran en nuestro pensamiento echan raíces y no abandonan nuestro ser. O por decirlo de otro modo, hacen que veamos dichas raíces que en cierto modo han estado siempre ahí pero escondidas detrás de los designios de la materia.

En este caso me refiero a la imprenta que me dejó la lectura de la ruina de Beleriand y la muerte de Fingolfin en la obra suprema de Tolkien: El Silmarillion.

El Silmarillion es, en mi opinión, la obra cumbre de Tolkien a pesar de la fama que tienen sus otras grandes obras: El Hobbit y el Señor de los anillos.

Cierto es que la última es considerada como su gran obra y es posible que lo sea, pero como con todo dependiendo con los ojos con que se mire.

Reconozco que el Silmarillion es una obra “difícil” y a primera vista poco digerible.

La primera parte del libro se puede tornar bastante incomprensible y falta de ritmo narrativo, pero una vez se mastica bien su contenido va cogiendo forma.

No es el típico libro que se pueda entender de una pasada. Para la comprensión del mismo ha de ser masticado varias veces y aún así no es para todo el público.

Hay gente que jamás podrá apreciar su belleza, así como otros nunca podremos apreciar la belleza de otras cosas.

Esta es una obra escrita casi como si fuera poesía y con analogías constantes a la vida real, al heroísmo, a la desdicha, a la traición, al amor, a la guerra, el odio, la venganza, la ruina, el triunfo, etcétera.

Silmarillion y la mitología

A pesar del sueño de las masas en la actualidad, no todos los humanos somos iguales ni “sentimos” igual.

Ese sentimiento obsesivo por la igualdad es compartido de manera subliminal por las fuerzas que describían a Melkor, el señor oscuro.

Su deseo supremo, de obtener poder, solo podía conseguirse mediante el trabajo constante sobre las fuerzas oscuras de las emociones humanas, a las cuales los elfos no eran ajenos: la lujuria por el poder y la materia y, como no, la envidia.

El plan de Melkor para el mundo no difería del que tienen las masas hoy en día: un mundo uniforme, igualitario, y de masas sin contacto con los orígenes y cuyo único apego es hacia las fuerzas de la materia.

Los soldados y sirvientes de Melkor eran los orcos: seres uniformes donde los haya.

Los elfos y los humanos eran muy diferentes. Dentro de los elfos había grises, verdes, Noldor y muchos más. Además estaban los Valar; y los hombres por su lado se dividían en innumerables linajes también. No menos eran los linajes de los enanos.

Melkor odiaba toda esta diversidad y todo orden referente a las fuerzas de la tradición: jerarquía, aristocracia, sacralidad. Su sueño consistía en eliminar a toda la diversidad para crear una masa uniforme de orcos y esclavos que pululara por el mundo en la más abyecta de las existencias.

Todo esto tenía que empezar pues con la destrucción de la cabeza jerárquica: esto es, los elfos.

Pero la lucha nunca acabará para Melkor (ni para las fuerzas de la materia), pues a los elfos le suceden los hombres, y entre estos habrá diferentes linajes.

La carrera hacia la uniformización consiste en el continuo desgaste de las capas superiores del orden biológico y metafísico en una carrera sin fin.

Esa es la historia de la humanidad, así como es la historia de la Tierra Media.

Cualquiera que entienda entre líneas la obra del Señor de Los Anillos podrá comprender que la historia que quiso describir Tolkien fue la de la caída de los Noldor a través de las edades.

Caída inevitable, siguiendo una especie de hado que va profundamente unido al devenir de la Tierra Media. En palabras del Elrond:

He visto tres eras en el Oeste del Mundo, y muchas derrotas y muchas victorias fútiles.

Y aún así, victoria tras derrota y derrota tras victoria, el camino ineludible de los nobles elfos de antaño era la desaparición. Tal es el destino de la Tierra Media. Y así lo sabían, en cierto modo, cuando partieron desde Valinor a las órdenes de Feanor.

Fingolfin y la ruina de Belariand

La historia de Fingolfin es bastante larga. Aparece nombrado en diversos capítulos del Slimarillion.

Hijo de Finwe y hermano de Feanor, fue el segundo Rey Supremo de los Noldor en la Tierra Media. El primero, el considerado el más grande de los Noldor, fue Feanor, su medio hermano, el cual murió víctima de su ímpetu y su ira persiguiendo a Melkor, tras la búsqueda de su obra suprema: el Silmaril.

Tras la muerte de Feanor, Fingolfin se convirtió en el Rey Supremo de los Noldor. Y su reino comenzó con el asedio de la fortaleza de Angband durante 400 años, tras los que Morgoth lanzó un gran ataque y destruyo a buena parte de los súbditos de Fingolfin y de muchos de sus reinos. Los elfos tras tanto tiempo se habían vuelto “confiados” y “cansados” de tanto asedio, pero las fuerzas del mal nunca descansan, pues están presentes en nosotros: en esa misma falsa seguridad.

Algo similar ocurre en el mundo real.

Fingolfin contra Morgoth

Ante tanta destrucción Fingolfin, en medio de la ira, pero yo diría que también de la serenidad de un señor, tomó la decisión de ir a enfrentarse a Melkor cara a cara.

Esta decisión fue pues la de un suicidio.

Fingolfin sabía perfectamente que se dirigía a una muerte segura, pero ello no lo detuvo. Demostró ser totalmente dueño de su ser. Ser su dueño incluso en la elección de finalizar su vida terrenal mediante un enfrentamiento con el señor de la oscuridad como un Rey, de frente.

Fingolfin cogió su caballo y cabalgó como un rayo hacia las puertas de Angband. Nadie se atrevió a interponerse en su camino; y no creo que no porque no pudieran pararlo, sino porque los siervos de Melkor sabían de alguna manera que no debían entrometerse en lo que iba a pasar.

El episodio que estaba a punto de producirse pertenecía a otro plano.

Finalmente y en las puertas de Angaband, Fingolfin retó a muerte a Melkor y lo llamó cuervo y señor de esclavos. Melkor no pudo rechazar el duelo por vergüenza ante sus capitanes y salió de su fortaleza.

A pesar de que era mucho más poderoso y fuerte que Fingolfin y sabiendo que este no tenía ninguna posibilidad en esas circunstancias, Melkor tenía miedo; al contrario que Fingolfin, que acudió al duelo sin miedo, sino aceptando un destino.

La disposición de Fingolfin era heroica, con espíritu de sacrificio e impasibilidad.

La decisión de Fingolfin fue hecha desde un pusto de vista soberano, más allá del bien y del mal.

La muerte de Fingolfin

En el combate Fingolfin hirió a Melkor siete veces, provocándole un gran corte en el pie, tras el cual Melkor tuvo que cojear para el resto de su existencia.

A pesar de todo, Fingolfin acabó pereciendo tras una larga batalla. Melkor se proponía arrojar los restos de Fingolfin a los lobos, pero Thorondor, Rey de las Águilas rescató su cuerpo y lo llevó a una colina de las montañas, en la cual ningún orco osó acercarse por el resto de los días.

De este modo pereció Fingolfin, Rey Supremo de los Noldor, el más orgulloso y valiente de los reyes Elfos de antaño. Los Orcos no se jactaron de ese duelo ante las puertas; ni tampoco lo cantan los elfos, pues tienen una pena demasiado profunda.

La historia de Fingolfin es pues la de un hombre contra el tiempo, como diría Savitri Devi.

Ese es el destino que siempre le ha esperado a todos los que intentan oponerse al avance de las fuerzas de la materia.

No se puede escapar de la fuerza «gravitatoria» que es creada por las fuerzas del caos y la destrucción. Y contra esto no pueden hacer nada los hombres contra el tiempo, salvo preparar el camino de manera espiritual, pues las batallas materiales serán, como intuyó Tolkien a través de las palabras de Elrond, victorias pasajeras y terribles derrotas en el plano de la materia; pero victorias eternas en el plano espiritual.